A la escuela con miedo

Imagina que te dicen cosas hirientes, te golpean, te ponen apodos ofensivos, se burlan de ti, rompen tus cosas, o publican fotos ofensivas tuyas en internet, ahora supón que diariamente tienes que pasar varias horas en ese ambiente y además tienes que estudiar. ¿Suena complicado? Esas son las condiciones que niños y jóvenes mexicanos padecen en la escuela.

Según se desprende del informe nacional de resultados del Estudio Internacional de Educación Cívica y Ciudadana (Cívica 2016), plantea que la escuela es un sitio más hostil en México que en la media de países donde se ha aplicado el mismo estudio.

Hasta hace algunos años, el acoso escolar prácticamente estaba normalizado. Si una niña o un niño sufría violencia en la escuela “era su culpa por dejarse” y “más le valía aprender a defenderse”. Se creía que el bullying formaba el carácter y que preparaba para la vida adulta, “en la que los golpes son más graves y no hay quien te defienda”. Actualmente, el acoso escolar persiste y, de acuerdo con el artículo “Bullying. México. Estadísticas 2017/2018”, las consecuencias son: bajo rendimiento académico, ausentismo y deserción escolar, depresión, ansiedad e, incluso, suicidio.

Este último fue el caso de Sergio, joven de 14 años, oriundo de Hermosillo, Sonora, quien se ahorcó en su habitación luego de que al haber pedido ayuda a la trabajadora social de su escuela debido a las agresiones que sufría día a día por su orientación sexual, el único consejo que recibió de su institución educativa fue que “aguantara la carrilla”.

Aunque se trabaja en su erradicación, México ocupa el primer lugar en todo el mundo en casos de acoso escolar en preescolar, primaria y secundaria, seguido por Estados Unidos, China y España, de acuerdo con cifras de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Por su parte, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) señala que 7 de cada 10 niños sufren violencia en sus entornos escolares.

Rasguños, empujones, golpes y patadas son las formas que toma el maltrato físico, pero no se reduce sólo a éste. Las amenazas, los motes y las groserías son formas verbales de violencia escolar. El famoso “vas a ver a la salida” y la práctica de la “ley del hielo”, así como otro tipo de intimidaciones y aislamientos constituyen las diversas formas que adquiere el acoso psicológico y social, por no hablar del bullying sexual que se manifiesta por medio de actos como levantar la ropa, bajar los pantalones, espiar en el baño, etcétera.

Para trazar un horizonte más completo, basta considerar las siguientes cifras de la Organización No Gubernamental Internacional Bullying Sin Fronteras: 82% de las niñas y niños con discapacidad son acosados en la escuela, 9 de cada 10 estudiantes que han manifestado una orientación sexual diferente son molestados por ello y más de 80 % de los actos de acoso no son reportados a las autoridades escolares. En todo esto es importante subrayar que el acoso escolar no sucede exclusivamente entre las y los alumnos, sino que se extiende a toda la comunidad escolar: docentes, administrativos, directivos y padres de familia. ¿Qué nos dice esto sobre nuestras comunidades escolares y sobre nuestra sociedad en general?.

¿Las prácticas violentas de los estudiantes conciernen a una cultura de la violencia que acepta y legitima la agresión como una forma de relacionarse? Un estudio de 2012 del Global Peace Index sobre los niveles de paz en el mundo sitúa a México en el puesto 135 de un total de 158 países. ¿Somos los mexicanos estructuralmente violentos o se trata de un fenómeno histórico más reciente, posiblemente consecuencia de la instalación del narcotráfico en nuestra normalidad? En este punto las opiniones se dividen; sin embargo, a pesar de los diversos análisis al respecto muchos de nuestros estudiantes asisten diariamente a la escuela con miedo.

¿Cuáles son las acciones que las autoridades educativas federales y locales han impulsado en contra del acoso escolar? ¿Son suficientes? ¿Cuál es nuestra responsabilidad como profesores ante este fenómeno y cuáles son los límites de nuestra intervención? ¿De qué manera propiciamos entornos de violencia en nuestras comunidades académicas acosando a nuestros colegas y alumnos?.

No hace falta decir la urgencia de dar respuestas contundentes a estas preguntas. El muy lamentable caso del joven Sergio es el claro ejemplo de que el abandono de la comunidad escolar en este tipo de situaciones puede costar la vida de nuestros estudiantes. Por supuesto, olvidar que la falta de atención es una forma de complicidad es demasiado grave.

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