Si queremos contribuir al abatimiento de la desigualdad en México, el país debe voltear la mirada a la formación de sus jóvenes en el nivel medio superior.
Si bien los diagnósticos en ese nivel muestran alguna (leve) mejoría, nos revelan altos índices de deserción de sus alumnos; bajo rendimiento escolar; poco interés por las materias y la forma en que se imparten; baja formación magisterial y desprotección laboral (una porción elevada de profesores lo son de asignatura); así como desatención de autoridades, personal docente y padres de familia respecto del entorno en que estos jóvenes realizan sus estudios, que los puede convertir en víctimas de acoso escolar (entre pares, de adultos a jóvenes y de éstos contra sus maestros), consumo de drogas, relaciones sexuales desprotegidas y violencia en general.
Se trata de un momento de la vida de estos jóvenes en el que la consolidación de los valores cívicos, el conocimiento de los derechos humanos (los propios y los de sus compañeros), el respeto a la diversidad y a la otredad, y la aceptación de uno mismo como individuo y ciudadano en ciernes en sociedad, suponen una amalgama de responsabilidades para ellos y una atención pertinaz del mundo de los adultos. La educación media superior es el eslabón más débil de la cadena educativa. El abandono del grupo social que le da vida no es, ni puede ser, una opción.
Llevamos más de 20 años tratando de resolver los problemas de la educación media superior sin éxito. Seguimos con modelos educativos tradicionales con aprendizajes memorísticos que son percibidos por los jóvenes (¡y con razón!) como aburridos e irrelevantes, y poco o nada vinculados con la realidad que les rodea o que les lacera: un futuro de incertidumbre en donde ven lejana la esperanza de conseguir un empleo digno, una vez concluidos sus estudios de bachillerato o de universidad. Numerosos maestros de universidades expresan su preocupación por el bajo nivel y el escaso rendimiento de sus alumnos recién egresados del bachillerato, quienes llegan a las instituciones de educación superior, en muchos casos, a iniciar casi desde cero.
Éste es el enfoque que Roberto Rodríguez nos sugiere en este número de RED para iniciar el debate sobre el futuro de la educación media superior. Nos proponemos aportar ideas que recuperan la amplia literatura existente y los estudios y evaluaciones que el país ha hecho en los últimos 20 años. Transcurrido este tiempo nos preguntamos, sin embargo, qué es lo que tiene que ocurrir para que ese segmento del Sistema Nacional de Educación reciba la atención que se merece y actuemos en consecuencia.
Aunado a lo anterior, ofrecemos una visión amplia de la formación cívica a partir del análisis del estudio Cívica 2016 aplicado en 24 países, cinco de estos latinoamericanos. Los resultados, aunque mejores que los de 2009, no son halagüeños: los jóvenes mexicanos son más proclives que el promedio a soluciones que violenten la ley; se informan menos de asuntos políticos, aunque están más dispuestos a informarse para votar y eventualmente hacerlo; en quienes menos confían es en los partidos políticos —particularmente significativo en un año electoral—, y para un número superior a la media, la escuela es un lugar hostil.
Nada que otros estudios no hayan arrojado en el pasado reciente y que alertan —con focos rojos— sobre el malestar social que prevalece en México y la falta de referentes para superarlo en la escuela, el barrio o el hogar. Y ubica en el centro de la problemática el rol que deben jugar las autoridades educativas, el cuerpo docente, los padres de familia y las autoridades gubernamentales en la construcción de una ciudadanía robusta, solidaria y participativa.
En 2018, como ya está dicho, tendrán lugar las elecciones más complejas y competidas de la historia contemporánea del país. Importa debatir sobre el Sistema Educativo Nacional, las perspectivas de futuro inmediato —independientemente de quien o quienes se alcen con la victoria—, y la centralidad que habrá de tener la educación en la construcción del modelo de país que queremos para nuestros jóvenes en el difícil tránsito de la adolescencia al mundo adulto. En ello, como han dicho decenas de expertos en diversas áreas de las ciencias sociales, se nos puede ir la vida.