La Nueva Escuela Mexicana

¿Un reto pedagógico por venir o del porvenir?

Alejandro Hernández Ríos

Los cambios en los paradigmas educativos suelen estar acompañados de una serie de cuestionamientos en torno a qué tipo de implicaciones o acciones nuevas vendrán. Además de la incertidumbre que esto causa, también nos enfrentamos como docentes a incluir modificaciones en la praxis diaria en las aulas, aunque con cierta reticencia, pues no siempre dimensionamos las situaciones didácticas que enfrentaremos al aplicarlas. Nuestra labor educativa no sólo modifica pensamientos, sino también actitudes que ayudan a los educandos a adquirir las habilidades indispensables para afrontar su realidad cotidiana.

La educación en México ha sido un tema trascendental desde hace más de dos décadas, debido a los constantes avances científicos y tecnológicos, y a la globalización. A partir de este año lectivo viviremos una nueva etapa en el desarrollo de los procesos de aprendizaje, debido a la implementación del modelo de la Nueva Escuela Mexicana. Ello significa ajustar las dinámicas pedagógicas, tener mayor flexibilidad curricular y redistribuir el tiempo en el aula. Habrá una transición en los planes de estudio y, por consecuencia, una forma distinta de planear el trabajo académico. Se priorizarán los estilos de aprendizaje de los alumnos, de manera que uno pueda alcanzar las metas estipuladas en su grado. Se instrumentarán estrategias que apuntan a la inclusión, la equidad, la interculturalidad, la educación de calidad y la excelencia bajo principios de justicia social.

La agenda pedagógica en la Nueva Escuela Mexicana pretende incluir a los padres en la conservación y enseñanza de los valores, dejando de lado las culpas o descuidos. Se trata de estrechar el lazo familiar, desechando la idea estigmatizada de que las familias en la actualidad, a diferencia de hace algunas décadas, no inculcan valores a sus hijos, ya que habrá espacios para generar las condiciones de un desarrollo conjunto.

Otro aspecto a destacar es la propuesta inicial de fomentar una educación “humanista, integral y para la vida”, que no sólo enseñe asignaturas tradicionales, sino que considere el aprendizaje de una cultura de la paz, de la activación física y el deporte, del arte, la música y, fundamentalmente, del civismo y la inclusión.

Tendrá una visión regionalizada que tome en cuenta las realidades económicas, geográficas, sociales y culturales de las diferentes zonas del país. La Nueva Escuela Mexicana vislumbra impartir conocimientos para las ciencias y las humanidades, proyectando un enfoque hacia la enseñanza de las Matemáticas, la lectoescritura y la literacidad, la Historia, la Geografía, el Civismo, la Filosofía, la tecnología, la innovación, las Lenguas Indígenas de nuestro país, las Lenguas Extranjeras, la Educación Física, las Artes, la Música, la promoción de estilos de vida saludables, la educación sexual y reproductiva, y el cuidado del medio ambiente, entre otras.

Valorar el trabajo docente en las aulas, evitando la evaluación punitiva y proporcionando un acompañamiento tanto pedagógico como en la instrumentación de estrategias didácticas, es otro de los procesos incluidos en este modelo. Es importante que cada docente cuente con el material y los recursos necesarios a fin de integrar una metodología que fortalezca el desarrollo cognitivo de cada uno de sus educandos, en función de la adquisición de habilidades y competencias; es decir, aprendiendo a aprender.

La Nueva Escuela Mexicana promoverá una cultura de género que transforme los estereotipos del rol social de mujeres y hombres, impuestos por muchos años en el sistema educativo. No se trata sólo de corregir prejuicios, sino de erradicar convencionalismos que sesgan la auténtica convivencia y coexistencia de ambos géneros.

El reto de este modelo es construir un sistema educativo que transforme el porvenir de los educandos y del país.

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