El origen
Me llamo Pedro Mejía Merino. Tengo 45 años. Nací el 20 de febrero de 1971 en un pueblo que se llama San Lorenzo, perteneciente al estado de Oaxaca.
Crecí en este pueblo en donde reina la pobreza, ahí cursé la primaria. Es tanta la pobreza en el pueblo que tenía que ir a la escuela descalzo y no tenía ni mochila, llevaba mis libros bajo el brazo o en mi hombro. Jugaba básquetbol descalzo. Empecé a trabajar desde los doce años en un pueblo que se llama Santa Rosa de Lima, que queda muy cerca del mar, donde viven productores de limón y sandía, tomate, melón y jitomate. Recuerdo que yo no aguantaba una caja de limones para subirla a la camioneta. En ese entonces, ganaba 50 centavos al día. Trabajé ahí dos semanas y gané seis pesos, gasté uno y llevé cinco [a casa], yo estudiaba y trabajaba.
Yo no tenía ropa, sólo dos camisas y un calzón para los seis días de clase. Quería comer lo mismo que comían mis compañeros a la hora del recreo, pero sólo tragaba saliva, porque cuando no trabajaba, no tenía dinero para comprar. Me acuerdo que me gustaba mucho el pan que se llama “submarino”. Cuando empecé a trabajar fue la primera vez que me lo compré. Hasta el día de hoy lo recuerdo.
Cuando llegué a cursar el quinto año, no tuve dinero para comprar mi uniforme para recibir la bandera; cuando llegué a sexto grado, de nuevo no pude comprar mi uniforme para recibir mi certificado. Mis demás compañeros iban todos con su uniforme y yo fui el único que no lo portaba. Mi maestra me preguntó: “¿Y tú madrina va a estar en el aire?”, porque tampoco había contratado una mesa para ella.
El motivo
Dejé de estudiar por falta de apoyo de mi padre. Él tenía la idea de que los hombres tenían que trabajar en el campo y las mujeres debían quedarse a cuidar la casa. Por eso se enojaba mucho cuando yo iba a la escuela. Él decía que de ahí no salía para comer y que trabajara en el campo, porque de ahí sí salía. Llegó el momento en el que él ya no dejaba nada de comer. Me acuerdo que mi mamá me daba de comer antes de que llegara mi padre del campo, porque si llegaba y estábamos comiendo, nos echaba a correr y ya no comíamos.
Recuerdo que mi casa era de lámina de cartón. Era tanta la pobreza, que la pared sólo era de hoja de palma parada. Así pasaron los días hasta que me puse a estudiar y a los catorce años pude terminar la primaria. La verdad, yo soñaba con poder estudiar y hacer algo grande con mi vida, pero no lo logré. Recuerdo que tuve un padrino, él me dijo que me iba a apoyar; yo me puse muy contento porque él era de otro pueblo. Tomé mis documentos y lo fui a ver, pero resultó que puso de pretexto que no se podía porque mi acta de nacimiento no llevaba los mismos apellidos. Así que regresé a mi pueblo muy triste, no me quedó de otra que juntarme con mi mujer por no tener la oportunidad de estudiar.
Regresé a trabajar en el campo de Santa Rosa de Lima y empecé a sufrir otra vez sin estudio; primero empecé a trabajar de riego. Mi trabajo era regar plantíos de papayas, que estaban sembradas entre limonares. Pasaban los tractores con su rastro y quedaban muchas espinas enterradas. Yo tenía que trabajar descalzo y me espinaba mucho, no podía usar huaraches porque la tierra se hacía como chicle.
El cambio
Recuerdo que el mes de septiembre de 1997 pasó el huracán Paulina. Quedó todo inundado [en el pueblo] y me quedé sin trabajo, así que tuve la necesidad de probar suerte en la Ciudad de México. Llegué sólo con una caja de cartón, a los 27 años de edad, y no podía hablar español, apenas podía pronunciar unas cuantas palabras.
Me costó mucho trabajo, pero gracias a Dios pude concluir mi secundaria por medio de la Policía Auxiliar, y ahora que estoy cursando el nivel medio superior se me dificulta aún más, porque ahora me preocupan cosas como mi familia y problemas en el trabajo. No es lo mismo que sólo dedicarse al estudio, pero voy a esforzarme para concluir la escuela, ya que sin estudio uno no es nada en la vida. Le agradezco a mis maestros por la paciencia que me tienen, ya que no es fácil estudiar cuando uno ya es grande.
El consejo
Mi consejo para los jóvenes que tienen la oportunidad de estudiar es que lo aprovechen, porque para mí es un privilegio. No todos tuvimos ni tenemos las mismas oportunidades de poder estudiar. Tengo cuatro hijos; tres de ellos ya concluyeron sus estudios de nivel medio superior, y el más pequeño tiene once años, está en sexto grado de primaria. Yo decía a mis hijos que, si ellos querían estudiar, yo les apoyaba, ya que no tuve esa oportunidad.
Pedro, quiere llegar a la universidad y estudiar Licenciatura en Derecho para defender a los indígenas. Es oficial de seguridad del INEE y forma parte de un grupo de adultos con diferentes actividades, edades y empleos que han regresado a cursar el bachillerato todos los sábados, con maestros del DGETINo. 10 “Margarita Maza de Juárez”, en la Ciudad de México. Escrita a puño y letra, esta carta llegó a la redacción de la Gaceta de maneras inesperadas para abrir inquietudes pendientes frente a la educación media superior, y se publica con el aval del autor, quien colaboró en la traducción al mixteco, su lengua natal.