Reflexiones sobre la enseñanza y el aprendizaje de la historia en la educación básica

Oxana Pérez Bravo

Cuando incursioné en la enseñanza de Historia en educación básica reaparecieron ante mí preguntas cuyas respuestas parecen obvias, pero que vale la pena plantearse de tanto en tanto y repensar con detenimiento: ¿Para qué enseñar historia en primaria, secundaria y educación media superior?, ¿qué se espera del aprendizaje de los alumnos en estos niveles educativos?, ¿por qué niños y adolescentes deben aprender historia de México y del mundo?

Seguramente ya cruzaron por tu cabeza una o varias de las siguientes respuestas: “para comprender el presente”; “un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”; “es parte de la formación de la identidad”; “en realidad, se enseña la visión de los vencedores o la historia que le sirve al poder; no se enseña la verdadera historia”, “da sentido de pertenencia”. Si el lector fue de quienes sufrieron con esta asignatura, tal vez pensó: “¿siguen atormentando a los niños con cuestionarios interminables de información sin sentido?, ¿todavía tienen que hacer resúmenes de libros aburridos?, ¿alguien recordará todavía los nombres de los emperadores mexicas o de los presidentes de México?, etcétera.

Como docente, a las interrogantes iniciales rápidamente se sumaron otras: ¿cuál es la mejor manera de enseñar y aprender Historia?, ¿cómo hacer interesante el pasado a estudiantes y maestros?, ¿cuál es el papel de la memoria en su aprendizaje?, ¿a qué edad se comprenden conceptos tan complejos como tiempo, duración, multicausalidad?, ¿cuál es el aporte formativo de la asignatura Historia en la educación básica? Para estos cuestionamientos no existen tantas respuestas como para los primeros. Sin embargo, el consenso es que se trata de una asignatura importante y, por ello, debe formar parte del currículo, aunque no haya acuerdos ni en los porqué ni en los para qué en los cuales funda su importancia y sean pocos los estudios pensados para orientar los cómo de su enseñanza y aprendizaje.

Con el tiempo me he dado cuenta de que no hay una respuesta única para estas preguntas, pero considero necesario que quienes estamos involucrados con la enseñanza y el aprendizaje de la historia en estos niveles educativos busquemos respuestas consensuadas para darle sentido y dirección al trabajo que realizamos en el aula o para lo que sucede en ella entre maestros, estudiantes y el pasado de nuestro país y del mundo. A continuación comparto algunos aspectos puntuales de lo que he aprendido al respecto al elaborar materiales, talleres y cursos de historia para docentes y estudiantes de educación básica. No se trata de un texto exhaustivo, sino de una síntesis sobre dos aspectos que, según he observado, han significado un cambio en la forma como se enseña y aprende Historia en este trayecto formativo.

¿La historia forma o informa?

Entre los porqué enseñar historia en educación básica que comparto se encuentra comprender el presente. Sin duda, conocer el pasado nos permite entender mejor la realidad que vivimos. En el nivel de comprensión que alcancemos intervienen la cantidad de conocimientos que poseamos y seamos capaces de adquirir sobre el pasado y el presente, tanto como nuestras habilidades para generar nuevos saberes. Ambos, a su vez, se relacionan con nuestra edad y formación.

Cuando hablamos de educación básica debemos recordar que es donde inician los procesos de adquisición y desarrollo de conocimientos, habilidades, actitudes y valores que, a la larga, posibilitarán que los estudiantes comprendan su presente a partir del pasado de manera cada vez más autónoma. Es decir, se trata de niveles en los que lo informativo y lo formativo deben tener una correspondencia con el estadio de desarrollo de los niños y en los que ambos desempeñan un papel igualmente importante. Por tanto, no cabe esperar que en esta etapa los alumnos adquieran la mayor cantidad posible de información histórica, es decir, que se aprendan la historia nacional y mundial desde la Antigüedad hasta nuestros días. En vez de ello, se debe esperar que aprendan a convertir información histórica en conocimientos de creciente complejidad, lo cual implica crear un buen equilibrio entre la formación y la información que reciben los estudiantes de primaria, secundaria y media superior en esta asignatura.

En libros de texto, cursos y talleres, el trabajo con docentes y estudiantes ha mostrado que es necesario generar dicho equilibrio clase a clase, de manera constante y gradual. A continuación, se describen dos de los aspectos formativos que permiten crear un balance con la información sobre la historia de México y del mundo que se ha establecido en el currículo de este trayecto educativo: un vocabulario y un conjunto de habilidades básicas.

Un vocabulario compartido

La experiencia muestra que desde la educación primaria hasta la media superior es preciso realizar un trabajo constante con las unidades de medida de tiempo y con términos y conceptos propios de la disciplina, a fin de compartir con los alumnos un vocabulario que les permita aprender sobre el pasado. En cuanto a las primeras, es recomendable el uso constante de años, lustros, décadas, siglos, milenios y eras, así como de la correspondencia entre los años expresados con números arábigos y los siglos, con romanos. ¿Cuántas veces no hemos visto que estudiantes de bachillerato no logran decir si 1789 corresponde al siglo XVII o al XVIII?, ¿cuántos aseguran que la segunda década del siglo XX corresponde a los años veinte?

En cuanto a los términos propios de la disciplina, se han logrado avances en el aprendizaje cuando se comparten los significados de hecho (suceso), proceso y periodo. Si los alumnos no logran distinguir cada uno de estos conceptos, cualquier relato histórico puede convertirse en un discurso de nombres, fechas y datos sin sentido. La diferenciación entre proceso y periodo es de particular importancia, pues en ocasiones los estudiantes, incluso los de licenciatura, muestran dificultades para argumentar si la Revolución mexicana es uno, otro o ambos. Ello se agudiza cuando se utilizan sin distinción u orden palabras como era (la era de los descubrimientos), época (del cine de oro mexicano) o edad (moderna).

También es importante un trabajo constante con términos y conceptos que permiten la ubicación de un suceso en el tiempo. ¿Cómo puede comprenderse un relato histórico si se desconoce el significado de antes, después, durante, mientras, al mismo tiempo, todavía, aún, hasta, desde, constante, frecuente, antiguo, enseguida, ocasional y reciente, por citar los términos más comunes? Es significativa la cantidad de problemas de comprensión que se suscitan cuando los alumnos desconocen el significado de tales términos.1 Los estudios y la experiencia de los docentes muestran que no debe darse por sentado que los estudiantes comprenden el significado de frases como: “Antiguamente, los purépechas utilizaban la madera para la elaboración de juguetes”, pues para un niño de diez años, antiguamente es tan indeterminado y ambiguo que puede no decirle nada acerca de la ubicación temporal de lo descrito. En atención a la edad y la vivencia respecto al paso del tiempo de los alumnos de primaria (máximo doce años), secundaria (quince) y media superior (dieciocho), es necesario cuestionarse qué entenderán cuando se dice “hace muchos años” o “en décadas recientes”.

La falta de constancia en la creación de un vocabulario común genera que muchos intentos por combatir la memorización fallen, pues estos conceptos permiten a los estudiantes traducir información sobre el pasado en conocimiento histórico. Pero cuando ello no ocurre y no son capaces de diferenciar un hecho de un proceso, ni de saber cuándo ocurrió, si fue o no simultáneo con otro o cuánto duró, sólo queda memorizar datos, entre los que no es posible establecer conexiones. Por supuesto, el vocabulario debe ir acompañado de otras habilidades para identificar, relacionar, vincular, analizar e incluso explicar el pasado.

Habilidades para el manejo de información histórica

En el trayecto de la educación obligatoria, el aprendizaje de la historia adquiere sentido para los alumnos cuando, en vez de solicitarles que recuerden datos, se les pide que identifiquen, relacionen, clasifiquen, comparen y analicen información histórica, y cuando se les dan los elementos para que elaboren y expongan sus conclusiones. ¿Cuáles son estas habilidades? Las que se consideran básicas se relacionan con la ubicación temporal y espacial, la duración, la simultaneidad, la causalidad, los cambios y las continuidades o permanencias, y la relación entre el pasado y el presente.

Establecer y utilizar las secuencias, sea como cronologías, líneas del tiempo o croquis y mapas, es lo que permite afinar las ubicaciones temporal y espacial. Es indispensable que los alumnos identifiquen por sí mismos cuándo y dónde ocurren los hechos y procesos que estudian, pues sólo enunciarlo esperando que lo recuerden como información importante es una de las estrategias que conduce a la memorización. De manera gradual, pero constante, los estudiantes deben ubicar por propia cuenta la temporalidad y la espacialidad, utilizando recursos elaborados por ellos mismos.

Reconocer cuándo dos hechos, procesos o periodos son simultáneos y si existe o no relación entre ellos, es una de las habilidades necesarias para el manejo de la información histórica que amplía la perspectiva del orden cronológico y le da un sentido distinto a la temporalidad. La posibilidad de vincular, comparar, analizar o simplemente identificar lo que sucede al mismo tiempo en diferentes espacios también aporta un nuevo sentido a la información. Lo deseable es que, conforme avancen en los grados y niveles de la educación básica, los estudiantes logren explicar por qué en dos espacios ocurren procesos simultáneos.

También vinculada con el tiempo, la habilidad de establecer y valorar la duración de procesos o periodos permite a los alumnos identificar, primero, y posteriormente explicar estos conceptos, lo cual les aporta una perspectiva diferente de lo que estudian. En este caso, identificar, comparar y relacionar la duración de procesos y de periodos deberían ser actividades constantes, integradas tanto a los materiales educativos como a las actividades en clase; convendría igualmente complementarlas con la información que permita a los estudiantes desde describir hasta explicar semejanzas y diferencias.

La causalidad o multicausalidad —como se denomina para enfatizar lo complejo de esta habilidad— requiere que los alumnos establezcan secuencias lógicas que vinculen información que antecede a ciertos hechos, de los que surgen éstos como consecuencia. Sin duda, se trata de la habilidad que más se ha trabajado en la enseñanza y el aprendizaje de la historia. Desafortunadamente, esta labor se ha concentrado en listas de causas y consecuencias que los alumnos suelen memorizar. La causalidad abordada de esta manera no ha dado resultados que contribuyan a la comprensión del pasado, sin importar si se trata de una o de múltiples causas y consecuencias.

El aprendizaje debe favorecer que los alumnos identifiquen, clasifiquen, comparen, analicen y relacionen no sólo por sí mismos, sino como parte de la generación de descripciones y explicaciones de los procesos en cuestión. Esta habilidad debe y puede enriquecerse con las demás a fin de que los alumnos también valoren, por ejemplo, la duración de causas y de consecuencias o si todas ocurrieron en el mismo lugar y al mismo tiempo.

Si bien la historia da cuenta de los cambios, no todo lo que sucede en el pasado es transformación. Las continuidades o permanencias ayudan a comprender, por ejemplo, la generación de una cultura o de una identidad. Entender el pasado y el presente exige la capacidad de ubicar temporal y espacialmente, de saber si existe o no simultaneidad, de conocer las duraciones y sus características, y las múltiples causas y consecuencias de lo que cambia y de lo que permanece desde un determinado momento hasta otro.

Después de los cursos establecidos en la educación básica de Historia de México, los alumnos deberían ser capaces de explicar las permanencias que nos caracterizan como nación, así como los cambios que han marcado nuestra historia. Al menos, deberían poder identificarlos con claridad.

Sin las habilidades sucintamente descritas no es posible que los estudiantes establezcan relaciones entre el pasado y el presente, ni que expliquen su realidad a partir del conocimiento histórico. Aún menos el resto de los porqué y para qué atribuidos a esta asignatura en la educación básica.

La enseñanza de la historia debe propiciar una forma de pensar y comprender nuestra realidad diversa, compleja y cambiante. Actualmente se acepta que el papel de la escuela consiste en impulsar el aprender a aprender y la Historia forma parte de este propósito.

En función de ello, es preciso considerar con mayor seriedad los aspectos formativos de esta asignatura, a fin de darle sentido y dirección como partícipes de la formación de los estudiantes entre primaria y media superior; la meta es que las y los alumnos sean capaces de aprender por sí mismos todo lo que les sirva para alcanzar su pleno desarrollo.

El mundo en el que se desarrollan los estudiantes de educación básica no es el mismo que enfrentarán cuando sean adultos: habrá cambios en la tecnología, el clima, el conocimiento y en sus oportunidades de desarrollo. Esto valida volver a preguntarse: ¿qué necesitan aprender del pasado?, ¿qué papel debe desempeñar el aprendizaje de la historia en su presente y en su futuro?
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[1] Como muestra de estos problemas se pueden consultar varias tesis del Departamento de Investigación Educativa del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (CINVESTAV) del Instituto Politécnico Nacional (IPN), donde los libros de texto de Historia han sido objeto de estudio del área de lengua. La investigación demostró que cuando un alumno no comprende términos como los señalados todo el discurso histórico pierde su sentido original.

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