Junta de Gobierno,
Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE)
Tanto investigadores como evaluadores somos testigos y protagonistas de una de las grandes paradojas de nuestro tiempo: sabemos más que en décadas anteriores sobre prácticamente cualquier objeto de estudio en el que pongamos nuestra atención; se han sofisticado nuestros métodos y técnicas para descubrir y explicarnos la realidad; tenemos a nuestro alcance bancos de información de carácter prácticamente planetario, gracias al avance de los mecanismos de identificación, registro, almacenamiento y diseminación de información;[1] asimismo, el número de investigadores y evaluadores se ha incrementado en todo el mundo, por lo que la producción intelectual ha crecido exponencialmente; pese a todo ello, nuestra capacidad de transformar la realidad, en especial objetos de conocimiento tan complejos como los sistemas educativos — un bien universalmente reconocido con valor— no se ha desarrollado en la misma medida que nuestras capacidades para escudriñarla. Y ello sucede tanto en la tradición de la investigación científica, como en una tradición más joven que, si bien comparte métodos y técnicas, e incluso personas, posee propósitos distintos, más acotados en tiempo y espacio, y cumple con una función social no menos importante: la evaluación.
En tal contexto, una de las cuestiones que guía este número de la Gaceta de la Política Nacional de Evaluación Educativa (PNEE) es la pregunta: ¿cómo podemos cambiar más con lo que sabemos del sistema educativo? Cabe matizar la interrogación agregando otras: ¿por qué no se usan más los resultados de nuestras investigaciones?, ¿son utilizables por sujetos ajenos a la ciencia?, ¿qué debemos hacer para promover un mayor y mejor uso de la información y comprensiones que producimos como científicos y evaluadores?
Entendemos por uso de la información, proveniente de ejercicios de investigación o evaluación educativa, las acciones deliberadas que hacen diversas audiencias o usuarios de dicha información, incorporándola a sus actividades como insumo en sus diferentes escalas y contextos de actuación. Teniendo esto en mente, desde el INEE buscamos aportar elementos para aprovechar con mayor amplitud el saber generado por la institución.
Una hipótesis que sirve como punto de partida, la cual seguramente será confirmada por la experiencia de muchos lectores, es que los resultados del conocimiento que generamos tiene usos limitados, acaso debido a que en el contexto que nos ocupa convergen la práctica educativa con el ámbito técnico-científico y un cúmulo de fuerzas políticas heterogéneas y a menudo contradictorias. Ello redunda en una complejidad que supera con mucho el horizonte teórico y se concreta en una práctica múltiple, heterogénea y en constante evolución.[2]
Dejando a un lado el tema de crear productos de alta calidad —caracterizados por el rigor, pertinencia, relevancia, confiabilidad y validez de las investigaciones o evaluaciones— en general ha sido difícil, en un entorno abigarrado y polifacético como el descrito, propiciar el empleo de nuestros resultados y fomentar especialmente aquellos usos con la capacidad de detonar y sostener en el tiempo acciones que representen mejoras decisivas en nuestros sistemas educativos, salvo en los casos en los que el INEE ha orientado sus acciones desde un inicio a fomentar su empleo.
Sin duda, el uso de resultados ha sido insuficientemente tratado como un problema específico de investigación y acción. Lo aquí presentado busca ayudar en la comprensión de qué se hace con nuestros productos, qué se puede llegar a hacer y cómo puede redundar en mejoras permanentes de los servicios que ofrece el Sistema EducativoNacional (SEN).
Si bien no es una novedad el tema de los usos de la información evaluativa proveniente de la investigación para producir y sostener el perfeccionamiento de los componentes, procesos y resultados de los sistemas educativos en todos sus niveles, parece que la cuestión del fomento de la utilización deseada o significativa de la investigación y evaluación vinculada con tal fin tiene importantes asuntos pendientes por resolver en los varios ámbitos que confluyen en la educación, lo cual justifica que continúen siendo un objeto de estudio por sí mismos.
Lo que puede ser atractivo a los funcionarios educativos federales, no necesariamente lo es para los usuarios de administraciones locales o de los planteles escolares, debido a la dificultad que tienen los actores —supervisores, directores, docentes y padres de familia— para interpretar y aplicar esa información en sus contextos particulares. Sin embargo, la indiferencia generada implica también la ausencia de un reclamo por parte de las audiencias no consideradas.
De ahí que una recomendación central consista en desarrollar estrategias para audiencias específicas, más allá de los tomadores de decisiones, con el fin de comunicar los resultados de la evaluación, así como de crear espacios propicios a la interpretación y diálogo sobre los resultados, y propiciar que las audiencias se apropien de los contenidos, encontrando el vínculo entre la información devuelta y sus contextos particulares de actuación:
- Fase 0. Producir evaluación significativa para diversas audiencias.
- Fase 1. Adaptar los resultados a las necesidades y capacidades de las audiencias que se desea interpelar.
- Fase 2. Comunicar los resultados adaptando los medios de difusión y diseminación a las características de las audiencias (por ejemplo, sector de políticas, de administración, supervisores, directivos, docentes, alumnos, padres de familia).
- Fase 3. Crear espacios de interlocución con las audiencias, de manera que se puedan facilitar desde la oferta espacios de interpretación conjunta de los resultados, identificación de sus vínculos con los contextos específicos de acción de cada audiencia, y diseño de rutas de mejora respaldadas en la evidencia y las interpretaciones construidas a partir de los ejercicios de investigación y evaluación.
- Fase 4. Diseñar mecanismos que permitan dar seguimiento, y eventualmente evaluar, la implementación de las rutas de mejora diseñadas a partir del uso, interpretación y aplicación de la evidencia a los contextos de actuación específicos de cada audiencia. Incluso conviene pensar en la generación de mecanismos de seguimiento colaborativo, donde se puedan incorporar los bancos de evidencia como uno de los subproductos de las investigaciones o evaluaciones en cuestión.
Tenemos un margen de maniobra muy amplio para enriquecer nuestras estrategias orientadas a fomentar o estimular una demanda más amplia —incluyendo mayores audiencias— y más reflexiva, adaptando los contenidos, medios y mensajes a los grupos interesados, con el fin de propiciar una mayor comprensión y apropiación positiva de la información por parte de todos sus usuarios potenciales.
La preocupación última es lograr que lo que producimos tanto investigadores como evaluadores sea realmente útil para mejorar las condiciones de los sistemas educativos, considerados en toda su complejidad. Para ello, debemos fomentar como parte de nuestra responsabilidad en tanto generadores de conocimiento, que:
- el mayor número posible de usuarios sepa que la información existe;
- esa información sea valorada por ellos, tanto por la credibilidad de quien la realiza y difunde como por la calidad científica de los resultados (sean finales o intermedios, tales como bases de datos, metodologías, instrumentos, etcétera);
- se atienda la comunicabilidad de los resultados, de manera tal que sean incorporados por los usuarios como parte de sus decisiones cotidianas, en particular, para la mejora de los procesos educativos;
- la información sea comprendida por los usuarios, tanto en sentido general como en relación con sus contextos específicos.
- Con ello se podría contribuir al fomento de buenos usos para la mejora educativa.
[1] Paralelamente, han avanzado los derechos sociales en muchos lugares del mundo, por lo cual más que una concesión la información se ha transformado en un derecho; incluso en México, el acceso al medio —las telecomunicaciones y el Internet—, no sólo al contenido, es también un derecho.
[2] Basado en la Conferencia magistral “Can we know a lot and change very little? The uses of educational research and evaluation”. World Education Research Association (WERA) 2015 Focal Meeting, Budapest, Hungría, 10 de septiembre de 2015, impartida por la Dra. Teresa Bracho.