Educados en la naturaleza: una experiencia multigrado en la sierra veracruzana

A partir de esta colaboración de Jay Griffiths, escritora inglesa, quien narra su visita al Centro de las Artes Indígenas, ubicado en Papantla, Veracruz, e incluido en la Lista Mundial de Mejores Prácticas de Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de la unesco, la Gaceta abre sus páginas a la voz de los cronistas para observar a la escuela desde otra perspectiva. Hoy, con un multigrado que se vincula históricamente con escuelas italianas, inglesas, hindúes y de otras culturas indígenas latinoamericanas.
Jay Griffiths

A partir de esta colaboración de Jay Griffiths, escritora inglesa, quien narra su visita al Centro de las Artes Indígenas, ubicado en Papantla, Veracruz, e incluido en la Lista Mundial de Mejores Prácticas de Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de la unesco, la Gaceta abre sus páginas a la voz de los cronistas para observar a la escuela desde otra perspectiva. Hoy, con un multigrado que se vincula históricamente con escuelas italianas, inglesas, hindúes y de otras culturas indígenas latinoamericanas.

El 12 de octubre de 2015 fui invitada al Centro de las Artes Indígenas (CAI) en Papantla, Veracruz, 300 kilómetros al este de la Ciudad de México. El Centro estaba celebrando el décimo aniversario de su fundación y de promover la educación indígena descolonizada.

Cientos de personas, principalmente totonacas, una civilización prehispánica, se reunieron en un círculo cubierto de flores con una vela encendida. Desde los niños pequeños hasta los ancianos, todos vestían con el cuidado que una celebración merece; los hombres con pantalón blanco de algodón y túnicas, las mujeres con vestidos blancos y floreados. Los colores tienen un significado: el blanco simboliza la pureza de pensamiento.

El incienso del copal teje la brisa. La resina de plátano es usada para pintar estrellas fugaces y flores en la alfarería, la cual, según me dicen, es un trabajo sagrado porque viene de la Madre Tierra. “Cada objeto está cargado de cientos de años de conocimiento”, dice Salomón Bazbaz Lapidus, el fundador del CAI.

Al centro del círculo se dibuja con flores un mándala o camino que explica lo que la educación aspira a ser. Un sendero de enormes hojas de plátano de cera enlaza las exposiciones de cada Casa-Escuela de Tradición: medicina tradicional, palabra, medicina tradicional, alfarería, danzas, pintura, teatro, algodón, carpintería e, incluso medios de comunicación y turismo. Viéndolo como un todo, se trata de un camino de pedagogía “porque estamos siguiendo un largo sendero que no ha sido conquistado”.

El día comenzó con una gran bendición y continuó con discursos para confirmar y celebrar el trabajo del cai. El camino de la pedagogía debe andarse, como ellos dicen, poco a poco: cada paso involucra la participación comunitaria, “empapada en diálogos y ceremonias”; cada palabra articula su cosmovisión (su concepción de la vida). El camino es andado con un movimiento pausado que escucha mucho a los Abuelos y las Abuelas”, dice Humberto García García, el pedagogo Totonaca.

Tomó ocho años desarrollar las ideas de educación ahora dibujadas simbólicamente a nuestros pies. Cada cosa tiene su significado: el círculo verde nos muestra el mundo natural, el centro de todas las cosas; las estrellas representan el don especial de cada persona. Los árboles bien arraigados muestran cómo el conocimiento no debe desaparecer; y los diseños circulares ilustran cómo éste se construye gracias a los diálogos también circulares. Las semillas nos muestran la importancia de poner en práctica los conceptos: plantar una idea para hacerla crecer en la realidad.

“La peor cosa que puedes hacer es imponer”, dice Domingo Francisco Velasco, un reconocido maestro, “ese es el principal problema de la humanidad”. La palabra en lengua española “imponer” conlleva fuertes significados y una dura historia. La imposición de la catedral lo simboliza perfectamente: la subyugación de un continente, la imposición de lo que yo llamo el Apartheid intelectual.

Francisco Velasco señala dos lugares de donde viene el conocimiento: el gran adentro y el gran afuera. El lenguaje de la tierra enseñará a la mente que escucha si estamos dispuestos y somos sabios. “El conocimiento está aquí”, dice con la mano en su corazón, y su rostro brillando, tímido y seguro. “Tienes que buscar en lo más profundo de ti para encontrarlo, pues ya hay mucho conocimiento en nuestras mentes, en nuestras manos y en nuestro corazón”, aunque el mundo natural es el maestro y guía. Domingo habla el lenguaje del río, claro, constante y limpio. “En la naturaleza hay lugares donde puedes encontrar tu momento y revivificarlo”.

Esta idea de la educación va mucho más allá de la importancia del respeto cultural por las sociedades indígenas: busca transmitir su herencia cultural única a las generaciones futuras. Llega hasta el corazón de las relaciones entre la humanidad y el mundo natural para alinear correctamente la relación de las personas con la naturaleza. No estamos hablando del “ambientalismo” como una opción de moda o un pasatiempo, sino como una cuestión de supervivencia.

La expresión de rechazo a la educación imperialista impuesta tiene una larga historia. A principios del siglo XX, Rabindranath Tagore estableció Santiniketan ― escuela experimental que hoy es la universidad Visva-Bharati― en Bengala para protestar en contra de la enseñanza colonialista británica. Las clases fueron dadas al aire libre, el mundo natural fue honrado como un maestro. Las historias, la música y el arte se integraron al aprendizaje, los exámenes no. Tampoco el mundo de los negocios.

Estas ideas de enseñanza hicieron eco en las Escuelas del Bosque, en el sistema de Reggio Emilia, experiencia educativa italiana que nace en 1945, reconocida mundialmente como una de las mejores propuestas educativas para primera infancia, y en la multitud de jóvenes escuelas radicales que enfatizan la importancia de la naturaleza y el arte, y valoran la enseñanza moral y significativa tanto como el trabajo académico. Mientras tanto, la filosofía educativa de Jiddu Krishnamurti, escritor hindú, hizo manifiesta su repulsión a las maneras en que la educación típica de su tiempo servía al nacionalismo y a la economía, por lo que enseñó la ética: la bondad del ser humano.

La educación radical se ha enfocado a menudo en temas similares: desde Devon hasta la Sierra Nevada, desde Bengala hasta Veracruz, las personas hablan de un sentido común de aprendizaje del cuerpo y la mente al servicio de todos.

Las colonizadas culturas indígenas no son las únicas que saben esto: no sólo las naciones que han sufrido el imperialismo o la esclavitud, sino también cualquier humano que ha sentido el estrés, la crueldad, la carencia o la marginación educativa. La “Sociedad Dominante”, dice el pueblo arhuaco de Colombia, con real amargura, “conoce poco del mundo de la naturaleza, pero sabe mucho acerca de cómo destruirlo”. En el núcleo de la educación de arhuaco se encuentra el deber sagrado de mantener el equilibrio de la vida: la protección de la naturaleza.

Si éste es el anhelado final del camino de la pedagogía, ¿qué pasos debemos seguir si pensamos en que cada niño es único e irrepetible? Es cuestión del don de cada uno, dicen los Totonacas: la semilla que debe ser descubierta y alimentada desde la infancia. Efectivamente, dicen, al igual que muchos de los talentosos educadores de la Sociedad Dominante: no hay que preguntar si este niño es talentoso, sino cuál es su talento.

En las Casas-Escuelas del Centro de las Artes Indígenas se transmiten los ejes de la identidad totonaca, las prácticas culturales que dan forma a su cosmovisión: Kantiyan (Casa de los Abuelos Sabios), Mundo del Algodón, Alfarería, Pinturas, Arte de la Representación, Música, Palabra Florida, Arte de Sanar, Corazón de la Madera, Cocina Tradicional, Turismo Comunitario, Medios de Comunicación y Difusión, La Tierra, Danzas Tradicionales y cuatro Escuelas de Niños Voladores en las comunidades de la región.

En la historia tradicional Totonaca, las Abuelas del cielo lanzan con alegría estrellas a los niños, y aquéllas que “se les pegan” son sus dones. Esta idea del don es tan importante que es inherente a la palabra “Totonaca”, que significa “tres corazones”. Ellos lo explican así: necesitamos tres corazones, para conocer el don propio, para recibirlo y para ponerlo al servicio del mundo. La lengua Totonaca está perfumada con metáforas: “nuestro discurso está lleno de flores”, dicen.

García García se dio cuenta de que su don es la pedagogía. Su primera escuela, indica, fue la cultura totonaca, incluyendo lo aprendido de los mayores por medio de las ceremonias, la alfarería y la medicina. Él fue a la universidad y continuó con estudios de posgrado en pedagogía, y fue invitado a colaborar con esta iniciativa para repensar la educación. Sonríe, en parte triste y en parte orgulloso: “He tenido que desaprender lo que aprendí en la universidad. Todas mis cualificaciones académicas no fueron suficientes para enfrentar lo que he tenido que hacer aquí”. Habla de tristeza, confusión y temor, pero también de cómo el dolor colectivo se convirtió en un viaje de descubrimiento para abrir sus verdades al mundo. Con la intención de permitir la entrada de las palabras centelleantes, dice suavemente: “Lo que compartimos es a la vez realidad y metáfora”.

Hay pocos ejemplos de enseñanza del misterio más dramáticos que la educación de los mamos (sacerdotes) de tairona, de la Sierra Nevada en Colombia. Los pueblos kogi, arhuaco, wiwa y kankuamo son descendientes de la civilización Tairona, y sus mamos son educados para este rol desde su temprana niñez. El pequeño aprendiz es llevado a vivir en una cueva oscura y se le prohíbe ver tanto la luz del día como la de la luna llena. Se le enseñan canciones, mitos, el antiguo lenguaje ritual de los mamos. Pasan nueve años.

Después, comienza el entrenamiento más profundo: otros nueve años en la oscuridad, aprendiendo el conocimiento escrito en las piedras, los bosques, los lagos y las montañas; escuchando acerca de la Gran Madre; estudiando la adivinación, la meditación y el deber sagrado de mantener el equilibrio del mundo natural. Se trata del desarrollo de la visión interior al precio de la vista. El don de la visión es dado en la oscuridad. El ojo interior intuye el misterio antes de ver lo material.

Pero el pueblo arhuaco se dio cuenta de que su mundo material estaba siendo robado, pues los mestizos los engañaban constantemente con transacciones que resultaron en la pérdida de su tierra. Así que decidieron que su educación necesitaba algo más. Formarse en negocios, cuentas, compras, ventas. De manera que, en 1915, los arhuaco le pidieron al gobierno colombiano que les enviara maestros de matemáticas y de escritura del español.

De manera infame, el gobierno retorció el requerimiento enviando frailes capuchinos que prohibieron la lengua indígena, señalaron su herencia cultural como “diabólica” y “pagana”, y encerraron a los niños en una escuela que llamaron “orfanatorio”. Los frailes multaron a los niños por cada palabra que decían en su lengua materna (10 centavos por palabra, en los años 30) y no le enseñaron, de acuerdo con los arhuaco, “nada de valor”. Ellos mismos se deshicieron de los frailes en 1982; literalmente los expulsaron, rodeando las construcciones de las misiones, cantando y bailando con acordeones y flautas de forma que los sacerdotes no pudieran pegar un ojo en toda la noche. Cuando los capuchinos se fueron, los arhuaco emprendieron la transformación de su sistema educacional.

¿Qué obtienes si descolonizas la educación? Lo mejor de ambos hemisferios, al parecer. Una iniciativa de los Arhuaco, el Centro Educativo Indígena Simunurwa, fundado en 2007, incluye aritmética y alfabetización en sus programas de estudios. Ellos usan teléfonos celulares y estaciones de radio para comunicarse con organizaciones internacionales de derechos humanos. Utilizan su propia lengua, historias, arte, ritos de iniciación, espiritualidad, música y derecho. El aporte de los mayores es vital, y los ríos y los campos son los salones de clases. La cosmología indígena es enseñada junto a los filósofos occidentales, mientras que ciertas plantas, ubicadas a lo largo del Amazonas, son consideradas maestros en el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades; aunque los mamos arhuacos están desconsolados porque algunas plantas han “desaparecido sin dejar rastro de su conocimiento, de sus enseñanzas y de sus propiedades curativas”.

De regreso a Papantla, México, Lapidus extiende sus brazos de manera protectora alrededor del cai, el cual ha sido premiado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) al incluirlo en la Lista de Mejores Prácticas de Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. La placa de nombramiento está decorada con guías de vainilla.

El Centro de las Artes Indígenas tiene maestros como Jun Tiburcio: poeta, artista plástico, alfarero y bordador. Su libro Xlatamat Jun / La vida del colibrí, editado por el cai, ganó en 2015 el Premio Ostana” en Italia, en la categoría «Escritura en lengua materna». Por su parte, Martha Soledad Gómez Atzin forma parte del Cuerpo Diplomático de Cocineros de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SER). Entre los alumnos hay casos como los de Víctor García Castaño, quien es volador, licenciado en Pedagogía, Premio Estatal de la Juventud y Coordinador del proyecto Estado del Desarrollo Económico y Social de la Región del Totonaca (EDESRT), que se lleva a cabo con la Universidad Nacional Autónoma de México; y Zaira Simbrón Vázquez, integrante de la Casa de la Alfarería durante siete años y participante en residencias internacionales.

Cuando el sanador Francisco Velasco habla del mejor tipo de educación, lo hace en términos amplios: “Esta sabiduría no es sólo para los indígenas, debería ser universal”. Hay una razón por la cual vivimos en la Tierra”, dice el maestro García García, “porque cada uno de nosotros tiene una misión que realizar, un don que desarrollar en la vida para alcanzar la luz y para darlo como ofrenda. Es bendecido”. Un pensamiento verde en un tono verde, la verdadera educación refleja las cualidades de la vida misma: es generosa, generativa, diversa y creativa.

La filosofía de Rabindranath Tagore influye fuertemente el Shumacher College de Devon en el Reino Unido. Al visitarlo recientemente, conocí a Martin Shaw, su mitólogo residente. Si yo armara mi gabinete de fantasía, haría a Shaw mi secretario de Educación. Él se nombra a sí mismo cuentacuentos, aunque yo lo llamaría un doctor-de-cuentos, que usa los mitos para sanar. “La historia es una cuchillo filoso”, dice. Las historias son reverenciadas como maestros de verdadera estatura en todo el mundo indígena; al codificar el conocimiento ecológico o el significado ritual, pueden prevenir y amonestar diestramente, removiendo la conciencia sin generar vergüenza, y también pueden reconfortar.

Él menciona la tradición gaélica, donde las historias educacionales fueron llamadas “mantos de pluma de cisne”, y donde “cada momento de tu vida debería de haber sido vestido del ropaje de la historia”. Sin esto, los pequeños se sienten sin apoyo y aislados. “Lo que veo a mi alrededor son niños con imaginación colonizada. Ellos no sufren un déficit de atención”, dice Shaw, “sino un déficit de imágenes que encarcelan el alma. Una vez que se las proporcionas, estás en el negocio de la educación real y verdadera”.

“Mencione algo”, le pido, “que sea importante que aprendan los niños”. Él responde: “Modales”. Yo sonrío y dejo una pausa amplia.

“Necesitan aprender a ser valerosos. La clase de educación que quiero debe influir en su relación como adultos con la tierra; esto para que con el tiempo pasemos de una sociedad que todo lo toma a una cultura del dar, a una sociedad de parentesco. Quiero que crean que si no dicen una oración ingeniosa, la Luna podría no salir. Que sepan que son una pequeña parte del ecosistema que por unos años se vislumbra a sí mismo a través de los ojos humanos. El ingenio es innato en los niños: no es difícil provocar una cultura de cortejo, hablar el lenguaje del Pájaro de Fuego.

Lo escucho. Lo sé. Lo honro.

La furiosa sensibilidad del Romanticismo está aquí, con su ferocidad arrodillada ante el mundo natural; no como un momento color de rosa de la historia cultural, sino como un aspecto perene y necesario de la psique humana. Y los niños son grandes románticos. “El romanticismo es activismo”, dice Shaw. “Y en los niños esto es esencial, no es una indulgencia. Este tipo de educación es tan básica como reencontrar el fuego”.

Mientras tanto, en la Sierra Nevada, después de 18 años de crear un mundo en la oscuridad sólo a partir de la imaginación, una mañana el joven mamo es guiado para ver su primer amanecer. La imagen que él ha dibujado en su mente, no importa cuán brillante sea, será opacada por el contraste. El mundo de sus pensamientos, no importando lo generoso que haya sido, será vilmente sombrío en comparación. La imagen que se ha hecho será lamentable y pobre junto a la espiral de un mundo esplendoroso; su trascendencia verdaderamente al fin contemplada. La conmoción del arrebatamiento. Aturdido por la belleza y asombrado por la luz. Es una visión cuyo resplandor lo deja pasmado de por vida: ver el resplandor de la Tierra divina y saberla sagrada.

Traducción: [Chloe Campero]

Para conocer más sobre el Centro de las Artes Indígenas:

http://www.unesco.org/culture/ich/es/BSP/xtaxkgakget-makgkaxtlawana-el-centro-de-las-artes-indigenas-y-su-contribucion-a-la-salvaguardia-del-patrimonio-cultural-inmaterial-del-pueblo-totonaca-de-veracruz-mexico-00666

http://cumbretajin.com/2014/blog/es/centro-de-las-artes-indigenas-ejemplo-mundial

Para leer más sobre Jay Griffits: http://www.jaygriffiths.com/

Este texto fue desarrollado con base en su publicación original: Schooled in nature, Aeon Essays: https://aeon.co/essays/schooling-comes-naturally-to-mexico-s-indigenous-people

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