Tan lejos de Dios, tan cerca de Estados Unidos. Una mente de cronista activada por el incesante registro de frases y situaciones en tierra ajena, de conversaciones en torno a asuntos como los tres meses de atención psiquiátrica pagados por el gobierno estadunidense a los excombatientes de Iraq y otros países. Desde mi esquina del café de la librería Borders es imposible no escuchar la historia de un ataque de pánico sufrido ayer por un exsoldado mexicano-americano. Visto desde el nítido, soleado, expandido San Diego, México me está resultando absurdamente inaccesible.
En esta ciudad paradójica no hay cafés Internet porque todos tienen computadora. Tampoco hay autobuses suficientes porque todos tienen carro, y entonces debo moverme a pie durante una hora, con mi computadora a cuestas, hasta encontrar un oasis en la sucursal de esta cadena de librerías. Todo porque, debo decirlo, ha fallado el sistema de Internet en la casa donde me alojo. Intento decidir si comprar o no el catálogo de 2007 de Bob Dylan —algún crítico ya se prestó a tomar en serio las habilidades plásticas del gran crooner—, pero en mi cerebro sólo cabe la imagen del muchacho de 23 años atendido en una unidad especial para combatientes del centro psiquiátrico. Al parecer corrió aterrado por los pasillos y pidió a gritos una jarra de agua con mucho hielo. “Se contorsionaba espantosamente… mientras vaciaba la jarra sobre su cabeza”, me dijo después la enfermera, vecina de mesa, nacida en Tijuana. Prefirió no dar su nombre, pero habló sobre jóvenes locos por culpa de la guerra, sobre muchachos que comienzan a temblar y advierten al personal médico: “Don’t touch me, please”, pues conocen su propia violencia. “Desperté a otro exsoldado para darle su medicina y casi me golpea. Pidió una inyección de Ativan”.
¿Paranoia justificada?
Tan cerca de la nada. Todo parece perfecto desde esta área residencial de clase media con su club de tres albercas y dos canchas de tenis. Pero en la escuela pública del barrio algunos estudiantes venden los pain killers de sus padres. Paracetamoles, codeínas mezcladas con analgésicos potentes, buferines y tylenoles. A tres dólares la pastilla. Aquí impera el miedo. “No abro las cortinas porque no hay bardas y tengo tres hijas”, explica mi anfitriona, habitante de un barrio residencial seguro y muy vigilado. ¿Miedo justificado como dice Frank Goldman en referencia a los guatemaltecos de su excelente novela La larga noche de los pollos blancos? Hace unos meses, la hija mayor de esta mujer, alumna destacada en la misma escuela, escribió un paper o ensayo escolar sobre una obra de Shakespeare. Antes del análisis de personajes sobre dos mujeres que lidian con la cultura masculina, la muchacha de 16 años describió a su racista abuelo paterno —ella es mitad mexicana—, reclutado hace años en las filas autoritarias de la secta de los cristianos evangélicos del born again exhibiendo su convicción de “macho americano” —como define Goldman— de que la nieta no debe estudiar una carrera, sino concentrarse en su futuro de desperate housewife de los suburbios.
A Jane, lectora insaciable, esto la ha indignado. ¿Por eso en su texto definió la cultura masculina con palabras duras y exhortó a crear un mundo mejor para ambos sexos? Adolescente vehemente, está en pleito con el padre, ya divorciado de su madre, porque le impone el trato con la nueva novia, una mujer mayor y arisca, la madrastra, pues, que “definitivamente no nos respeta ni a mí ni a mis hermanas”. “Si yo te disminuyo, me disminuyo a mí mismo”, sentencia Sandra, la hermanita de 14 años, en el “muro” público de su espacio en Facebook, donde tiene decenas de amigos virtuales. “Los niños dicen ‘nsp’ (no sé por qué) tal vez porque no saben nada”. Un estudiante le dice que eso no le gustó, y ella se explica: “Eso fue hace tres años. Estaba en otro momento. Es por divertirme”. En la red social, esta niña-mujer intriga a los demás con citas de Montaigne (“Aquél que impone sus argumentos con ruido y órdenes demuestra que su razón es débil”) y de Bernard Shaw (“Decir la verdad es la manera más divertida del mundo de hacer chistes”). Alguna conocida le pregunta, también en el muro, por qué tantas citas. “Espero que la gente piense y discuta estas ideas. Las encuentro interesantes y quiero compartirlas”.
Otro día sube una fotografía de Michael Jackson y se declara fan de Harry Potter. Cuando su madre está presente, esta chica de genio fuerte, la mejor alumna de la escuela, exige el doble de atención que las otras dos hermanas, con la emotividad de una niña pequeña, pero con la fuerza de una adolescente. Acompaño a la madre y a las hijas a ver la última película de Harry Potter en un cine de tercera dimensión. Un comentario que no creí que escucharan, “está bien para su edad”, las hace alejarse a paso veloz. De pronto las veo, la más chica cumplió 13, al final de la avenida del centro comercial donde están los cines. Llegaron hasta allá abrazadas, dando brincos muy altos. Me sorprende —casi duele— comprobar que el tema de la película no volverá a tocarse. Las noto corteses y distantes. ¡Qué pena! Venían tan entusiasmadas… Vaya edad frágil, de convalecientes, diría mi madre. “Cambiar mis propias acciones no cambiará el mundo, pero es un comienzo”, cita Sandra al día siguiente en FB (¿o FBI?, muchos internautas se quejan de vigilancia y censura en esa red). En el mundo del futuro, los adultos seguimos siendo unos torpes.
Sectas del integrismo gringo
Me es familiar la ferocidad feminista de ciertas mujeres radicales en Estados Unidos. ¿Has oído hablar, lector, sobre las demandas de acoso sexual por una mirada o un piropo en este país de las demandas donde muchos obtienen grandes sumas? ¿Algún “gringo” te ha contado cómo la “ex” le sacó hasta el último centavo? Las estadunidenses fueron, después de las inglesas, las primeras sufragistas en la segunda mitad del siglo xix, mientras que la mujer mexicana votó apenas a mediados del siglo xx. Vaya novedad.
Pero en vivo es otra cosa. La cronista, alérgica a la intransigencia de las primeras activistas que conoció en la universidad, se pregunta por qué tal ira feminista a edad tan joven. En la fabulosa América, Sandra escribe de nuevo en su muro: “Me estás pidiendo que renuncie a mi libertad, a mi amor por la vida, por una institución que falla tan frecuentemente.
¿Por qué habría de casarme contigo? Quiero decir, ¿por qué quieres casarte conmigo? Junto a un deseo de llenar un ideal que la sociedad nos ha inculcado desde los primeros tiempos […] ¿lo que quieres es promover una agenda capitalista de consumo?”. Esta interesante catorceañera tomó la cita de una comedia de moda, Definitely, Maybe. ¿Excesivo? Muchos alumnos del high school son hijos de padres separados. “Crecen solos”, me dice mi anfitriona.
¿La institución familiar está por tronar? Una amiga de Sandra comparte una desilusión con ella: “Baaah… mi corte de cabello está más corto de lo que yo quería, los flecos a los lados de mi cara se ven horribles…”.
Un pedazo de vida cotidiana que tiene el buen efecto de devolver a esta lectora metiche —para eso es el FB, ¿no?— a la sensación de asistir a la transformación de Sandra en adulta. También me ponía fatal que me dejaran pelona en el salón de belleza. Mientras escribo sobre estos seres jóvenes —me intrigan tanto, me evocan tanto a los adolescentes de Clarice Lispector y sus jazmines—, mientras escribo, pues, recuerdo un pasaje de Goldman sobre la nueva clase de ser humano surgido después de 30 años de represión en Guatemala: “Resueltamente callado, suspicaz […] ruidoso en las cantinas […] con el ruido de los sofocados”. Intento definir qué nuevo ser humano tenemos en México.
“El mundo cambió”, me comenta la cuarta esposa del abuelo de las niñas. Es misionera, con él, en una de las “sectas del integrismo gringo”, también mencionadas por Goldman. Entre otros puntos convenientes de su ¿militancia?, está el hecho de que su Iglesia les consiguió un departamento muy bien ubicado (junto a la iglesia). Se hace con frecuencia: dar techo barato y bonito y trabajo social a los fieles. Así evangelizan con gusto. Mildred y Rolf acaban de ir a China a hacerlo. Consiguieron fondos para ello.
Por supuesto, los chinos no deben saberlo. “Si te ven una Biblia, vas a la cárcel”, me dice otra fan de esta ¿religión?, convencida de la salvación de las almas. En su álbum aparecen fotos donde dan clases de inglés y cultura americana especiales de este programa foráneo de los evangélicos.
“Matamos dos pájaros de un tiro, les enseñamos el idioma y les damos consuelo espiritual”, comenta alguien más. Su misión está aquí, en México, por el rumbo de Naucalpan, un día que me invitan para que vaya al servicio de la iglesia “aunque sólo sea por interés sociológico”. Me pongo irónica. Demasiado “no verse” a sí mismos… su autoritarismo, su grosera imposición de creencias. ¿Saben que la derecha los utiliza? No creo. Admiran a Trump porque se opone a la homosexualidad. Cuentan anécdotas sobre su valentía.
Omiten, o descalifican, el tema de la guerra, tan candente en la administración de Obama, de la guerra en Iraq. Se lanzan con sentencias flamígeras, aprendidas de memoria, según se ve, en contra de Obama y su manejo político de la pluralidad racial y el aborto, contra las parejas que no se casan (“ni siquiera por lo civil”), de los homosexuales y sus perversiones, de las jovencitas interesadas en estudiar una carrera.
Teenager secuestrada en Escondido
“Aquí desaparecen las adolescentes”. Mi anfitriona no deja a sus teenagers andar solas, ni siquiera cuando van al baño en un cine. En febrero le dieron un aviso en Escondido. El hombre y la mujer le parecieron conocidos. Los vio en un noticiero. “Eran los padres. Su expresión era terrible. Con la frontera no se juega”. Sí, pues… Ayer vi en el cartel pegado en un poste, la foto de la muchacha nunca hallada. Desapareció igual que Mark Kilroy, el estudiante asesinado por los Narcosatánicos en el ‘89, una banda criminal dedicada a realizar cultos satánicos para someter a sus rivales del narco en Matamoros, Tamaulipas. Según me cuenta un periodista de nota roja, José Luis Durán King, el líder cubano-americano Adolfo de Jesús Constanzo tuvo nexos con dos asesinos seriales de los setenta: Henry Lucas y Ottis
Toole, ambos miembros de la secta satánica Hand of Death (Mano de muerte), con sede en Miami, dedicada, entre otras cosas, a vender niños en las fronteras de Matamoros y Ciudad Juárez.
De hecho, y aunque otra versión indica lo contrario, en apariencia fue Toole quien, desde la cárcel, proporcionó la primera pista sobre sitios específicos de cultos demoníacos en Matamoros. Ups… ahora debo oír a mi amiga Bárbara (lo que queda de la entusiasta y rebelde joven universitaria que fue) defender las acciones del expresidente Bush en sus dos últimos periodos presidenciales. Estoy a punto de mencionarle a Lucas, el asesino serial, su entrenamiento especial en los campos paramilitares (Florida Everglades). Ya en la cárcel se hizo bautizar, lo cual pudo influir a Bush padre para suspender de última hora su ejecución, en el ‘79. Pero ésta es otra historia… Un día la cuento con más detalle.
Conoce más sobre PEN América
—–
[1]Poetas, Ensayistas y Novelistas (PEN) es una asociación mundial de escritores. Cuenta con más de 25 mil socios.