Por Verónica Orendain
De los sustantivos que aparecen en el título, conviene detenernos al menos en dos de ellos. Por cultura entendemos, en el contexto educativo y de innovación, el conjunto de acciones y actitudes que un grupo social, con intereses comunes, decide valorar y ejercer intuitiva o expresamente. Así se dice que tal o cual comunidad tiene la “cultura” de la limpieza, o del respeto a los mayores o del cuidado a la vida marina.
Por otra parte, al hablar de innovación nos referimos a “el proceso de creación de valor duradero mediante la movilización exitosa de nuevas ideas”. En consecuencia, una cultura de la innovación implica que una comunidad valora y ejerce procesos creativos permanentes mediante la generación de nuevas ideas (Goudzwaard y Niemer, 2019); y éstas pueden surgir sólo de aquello que se conoce y domina, es decir, de la experiencia de un hacer. La comunidad que nos interesa es la formada por docentes. Entonces, ¿a qué nos referimos con una cultura de la innovación por parte del magisterio?
Competencias y mentalidades
La innovación surge, en gran medida, de la detección de un problema que se desea o necesita resolver, es decir, debe existir un propósito de cambio y mejora, y el conocimiento profundo de un proceso. Existen dos tipos generales de innovación: disruptiva y continua. La primera establece un cambio radical en la manera de concebir o ejecutar alguna acción; la segunda es la acumulación de pequeñas modificaciones colectivas que mejoran un proceso a lo largo del tiempo.
¿Qué se necesita para innovar? Primero, conocimiento; en segundo lugar, empatía por el que recibe el servicio o beneficio; en tercer lugar, valentía para proponer cambios en el statu quo. Otro elemento relevante es la capacidad de imaginarlos y ejecutarlos en equipo. La innovación es colectiva y requiere que los grupos interesados estén convencidos de los beneficios y riesgos del cambio. Las ideas son difíciles de implementar en solitario. La comunidad escolar alumnos, directivos, padres de familia y profesores deben involucrarse en cualquier iniciativa de mejora, de lo contrario se tendrán experiencias negativas que reforzarán el miedo a la transformación. También es necesario tener paciencia, pues las modificaciones a menudo requieren mucho tiempo para dar resultados. En resumen: es posible que la mentalidad innovadora la posean todas las personas, pero el ambiente innovador debe crearse con disciplina, método y confianza.
Tendencias en la innovación
La innovación en el ámbito educativo incide directamente en los proceso de enseñanza[1] y busca que sean más eficientes y efectivos, tomando en cuenta las restricciones del entorno.
Aunque existen muchas áreas de mejora o cambio, se han identificado cuatro tipos de iniciativas de innovación: “institucional, del profesorado, desarrollo de competencias transversales y extensión institucional” (García-Peñalvo, 2015). La dimensión institucional se relaciona con la gestión tecnológica, la introducción de nuevas plataformas, objetos educativos, analítica de datos, etcétera. La del desarrollo de competencias transversales enfatiza las habilidades a desarrollar en el estudiante para que pueda enfrentar la nueva sociedad digital: pensamientos crítico, analítico y abstracto, solución de problemas complejos, trabajo en equipo, interdisciplinariedad, etcétera. La dimensión del profesorado se enfoca en promover la solución de retos y proyectos, adoptar plenamente la ubicuidad del entorno educativo y mirar hacia el mercado laboral. Finalmente, la extensión institucional responde a la creciente necesidad de vincular a la academia con la industria o entorno laboral para impulsar la educación continua en el trabajo, tanto presencial como virtual.
Obstáculos para la innovación
El principal es que la comunidad académica no tenga un objetivo definido al momento de instrumentar un cambio o que las metas sean demasiado ambiciosas. Ello desorienta el esfuerzo.
El segundo obstáculo es la falta de un entorno amigable al cambio. Los grupos resistentes a éste buscan detener o desalentar el proceso. Por lo tanto, los líderes deben hacer trabajo de convencimiento y neutralizar las prácticas de boicot. Al respecto, es útil tener un conjunto de indicadores sencillos de medir y posibles de compartir que permitan observar los avances sobre una base objetiva.
El obstáculo más obvio es el miedo a lo desconocido (EAB, 2017), por lo que es importante detectar, de manera temprana, las manifestaciones de temor para transformarlas en buenas prácticas.
En conclusión
Si lo pensamos bien, los maestros frente a grupo ocupan un lugar privilegiado cuando de posibilidades de innovación se trata. No importa si hablamos de estrategias de colaboración, de clase invertida o aprendizaje por proyectos; si incorporamos alguna aplicación digital en al aula para la dinámica de clase, para profundizar en algún tema o para sensibilizar a los estudiantes respecto de mecanismos de evaluación a través de insignias o reconocimientos lúdicos… Lo importante es generar un impulso innovador permanente, crear una cultura de la innovación, algo que sólo los maestros pueden crear, ofrecer y fomentar en sus clases.
Referencias
EAB (2017). “3 barreras que pueden limitar la innovación en el aula”. EAB, 2 de octubre (en línea).
[1] Para tener un amplio panorama de las tendencias en innovación véase Fuerte y Guijosa (2018).