Jóvenes: sólo la autorregulación les dará libertad

“Nuestros sistemas educativos no tienen capacidad para formar en la autonomía. Para llegar ahí se necesita desarrollar tres grandes capacidades: autoconocimiento, autoestima y autorregulación, ―dice José Bernardo Toro, asesor de la Fundación Avina, desde Colombia―. En general, ninguno de nuestros espacios de socialización está dotado de herramientas ni de prácticas rutinarias para formar esos tres aspectos.” José Bernardo Toro. Asesor de la Fundación Avina (Colombia)

* José Bernardo Toro es filósofo y magíster en Investigación y Tecnologías Educativas, y tiene estudios en Matemáticas y Física. Ha sido consultor de unicef, del Banco Mundial, del Banco Interamericano de Desarrollo para América Latina, y asesor de los ministerios de Educación y Comunicaciones de Colombia, de Brasil y de la Secretaría de Educación Pública de México. Fue Decano de Educación de La Universidad Javeriana de Bogota, Presidente de la Corporación Viva La Ciudadanía, del Centro Colombiano de Responsabilidad Empresarial y de la Confederación Colombiana de Organizaciones No Gubernamentales. Es el coordinador de la Veeduría Ciudadana del Fondo de Inversiones para la Paz de la Presidencia de la Republica de Colombia, y miembro del Consejo Internacional del Instituto Ethos de Brasil. Hoy es el Responsable de País de la Fundación Avina en Colombia.

Entrevista: Laura Athié

Los jóvenes y los niños son recién llegados al planeta. Esta observación es muy importante porque generalmente emitimos juicios como adultos, pero no nos damos cuenta de que los muchachos están pasando por lo mismo que nosotros pasamos. Como cuando uno llega a China o a Japón y no domina la lengua ni las costumbres. ¿Qué hace? Mirar e imitar.

El discurso de los jóvenes no puede ser superior a la forma cultural de los adultos de una sociedad. ¿Por qué? Porque los primeros ven, imitan e interpretan lo que los segundos hacemos y decimos. Y si no logramos interpretarnos y observarnos a nosotros mismos, tampoco podremos ver qué está pasando con ellos.

Aunque parece obvio, es necesario mencionar que los muchachos que están en entornos más organizados y con mejores perspectivas, cercanos a adultos que hacen planes futuribles y tienen todo decidido, poseen unas mismas características. Hablamos de jóvenes de clase alta, con recursos económicos.

Por otra parte, los de ingresos medios tratan de interpretar todas las oportunidades educativas, sociales y culturales, y hacen apuestas sobre su futuro: “voy a ser ingeniero, voy a ser médico, voy a ser político”, porque leen posibilidades que podrían construir o que pueden ser apoyadas por sus familias. Los primeros tienen certezas; los segundos, apuestas.

El problema es para los sectores pobres, pues como no tienen oportunidades, en su entorno no hay apuestas; todo es inmediato, no hay mañana, están basados en la incertidumbre. Y la sociedad no posee suficiente información de su entorno para modificarlo o modelarlo en favor de un proyecto social o educativo.

En Colombia, los jóvenes sí están interesados en política, aunque no han podido resolver un problema importante: cómo tener instituciones nacionales públicas y privadas que reflejen sus intereses, que se parezcan a ellos. Este principio ha movilizado a todos los indignados de Oriente y de Occidente.

No les estamos ofreciendo claves a los muchachos en el ámbito educativo, ni de formación política, ni universitario, ni de comunicación, para que se involucren en la construcción de una nueva sociedad. Y creo que esto se debe a que nosotros tampoco las conocemos.

Por ejemplo, en Avina, en Chile, logramos contactar a dos de los líderes del movimiento de los “pingüinos”, estos chicos que pugnaban por una mejor educación. Una de ellas tendría 15 o 16 años. En cierto momento le dije:

―Bueno, ¿qué es lo que ustedes quieren?

Y me respondió de la siguiente manera:

―Mire, señor, usted no me puede preguntar a mí cuál es el sistema educativo que nosotros necesitamos. Yo soy una niña. No puedo decidir cuál es el más conveniente. Lo que sí sé es que el que ustedes nos ofrecen no nos sirve para nada.

Eso simplemente refuerza lo que mencioné al principio. No hay más proyecto para los jóvenes que el que los adultos sean capaces de construir.

Un proyecto ético: un sentido de nación

Para Bernardo, que ha asesorado ministerios de educación de diversos países, los valores se forman en las rutinas. Si quieres saber qué valores tienes en tu casa, mira las rutinas de tu casa. Si quieres saber qué valores tiene el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), mira sus rutinas. Punto, no hay mucho más qué hacer. Todos los discursos sobre valores se desvanecen ante un hecho real, ante la vida cotidiana, que es donde se estructuran los comportamientos.

Las principales fuentes de valores de los jóvenes son la casa, la calle, las organizaciones de barrio, la escuela, las iglesias a las que van o no van, los movimientos políticos a los que pertenecen o no pertenecen, y los medios de comunicación.

Uno de los problemas es la falta de coherencia. Una sociedad es coherente en cuanto a valores cuando esos diferentes espacios de socialización proponen cosas propias de su campo de acción, pero tienen el mismo proyecto ético. ¿Qué pasa en principio? Que estos diferentes espacios no coinciden entre sí. Por ejemplo, en la escuela le podemos enseñar al joven: “Todos los hombres son iguales, independientemente de su raza, color o religión”. Él dice: “Uy, qué bueno eso”. Más tarde, llega a la casa y comenta: “Mamá, invité a Luis a jugar futbol aquí en el patio”. Y la mamá le contesta: “Aquí no aceptamos negros” o “no aceptamos indios”.

¿Qué pasa? Que las rutinas de la casa y las de la escuela tienen valores contradictorios. El joven empieza a desconfiar y a sentir tedio de todo, porque lo que más ama, y ése es el problema de ser padre o profesor, no es la sabiduría, sino la coherencia. Si alguien pretende ser modelo y no es coherente, tendrá problemas para ser reconocido y aceptado en su conducción.

Nuestras rutinas no están diseñadas en función de una coherencia ética. Simplemente formulamos un montón de objetivos y aumentamos las normas, pero no promovemos los comportamientos y valores deseados. Hablamos de la importancia de la participación, pero nadie puede hablar en clase; de respeto a la mujer, pero los profesores son muy morbosos. No es un problema de apatía ni de indiferencia de los jóvenes, sino de análisis; nada es coherente.

Sólo la autorregulación genera libertad

Nuestros sistemas educativos no tienen capacidad para formar en la autonomía. Para llegar ahí se necesita desarrollar tres grandes capacidades: autoconocimiento, autoestima y autorregulación. En general, ninguno de nuestros espacios de socialización está dotado de herramientas ni de prácticas rutinarias para formar esos tres aspectos.

En casa, en la escuela, en el trabajo, en los medios de comunicación, ¿cuántos elementos le ayudan a un muchacho a autoconocerse? Cero. En una sociedad que ama la heteronomía, no se permite ser autónomo.

Nuestras sociedades formulan legislaciones negativas. Son expertas en decir cómo no son las cosas, qué no se puede hacer y qué está castigado. Pero no son capaces de crear normas y arquitecturas de comportamiento en función de generar condiciones para que las cosas sucedan. En ese tipo de sociedad, los niños adquieren un comportamiento que viene de reglas externas, lo cual genera dependencia, miedo y doble moral.

En la autorregulación, lo importante es el modelo de vida, que las personas tengan condiciones y apoyo para definir, con tiempo y con los elementos adecuados, qué proyecto de vida quieren desarrollar.

Imagine que su jefe le dice que para seguir trabajando en donde está tiene que levantarse a correr a las cuatro de la mañana, llueva, truene o relampagueé. Y tiene que pasar delante de las cámaras de la empresa para quedar grabado. ¿Usted qué piensa de su jefe? Pues que es un hijo de tantas. Ahora imagine que eso nunca sucedió, pero un día usted toma la decisión de levantarse a correr a las cuatro de la mañana, llueva, truene o relampagueé. ¿Qué siente cuando empieza a correr? Alegría, libertad. ¿Por qué? Porque en el primer caso la orden viene de afuera, mientras que en el segundo viene de adentro. Sólo la autorregulación genera libertad. No hay ninguna otra manera de ser libre.

Si en toda nuestra estructura cotidiana no logramos seres autorregulados, tampoco podremos lograr seres éticos, participativos, transparentes, solidarios, comprometidos. Lo anterior requiere un gran trabajo de autoconocimiento: aprender a mirar su origen, reconocer su propia historia, valorar sus antecedentes y su patrimonio cultural a nivel de barrio, familia y nación. Entender los errores de la sociedad para curarlos y no volver a cometerlos. Conocer nuestra memoria para comprender y valorar otras. Pero tampoco tenemos eso a nivel sistema. Es decir, no tenemos proyecto de nación.

Lo mismo pasa con la autoestima. Si el niño no tiene una familia con gran diversidad de estrategias para fortalecer el vínculo emocional, tampoco podrá adquirir seguridad en sí mismo, ni reconocerse como un ser con un rol importante. Es decir, dicho vínculo le permitirá reconocer al extraño sin miedo y participar, porque tiene autoestima. Eso no es un problema del joven, sino de los adultos, y no se resuelve sólo con el sistema educativo. Hay que elaborar toda una política en los contextos de aprendizaje.

Evaluaciones y el concepto de éxito en las pruebas

Estoy de acuerdo con que los países paguen por participar en el Programa Internacional de Evaluación de los Alumnos (PISA) por cuestiones de estrategia a nivel internacional, pero realmente eso le sirve muy poco al sistema educativo.

Casi nadie conoce el Laboratorio Latinoamericano de Evaluación de Calidad de la Educación (LLECE), que hace la Oficina Regional de Educación para América Latina y el Caribe, de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco-Orealc), para 13 países. La pregunta de esa prueba es: ¿cómo mejoramos todos como continente? La discusión política y pública con la prueba pisa me parece un poco de dependencia y de complejo de inferioridad: a ver qué piden las pruebas europeas de nosotros. Si queremos mejorar los sistemas educativos de América Latina, tenemos que hacerlo juntos.

Le preguntaban al ministro de Educación de Finlandia qué opinaba de pisa y él dijo: “No opinamos nada; primero, porque nosotros no hacemos evaluación; segundo, porque desde que empezamos esta tarea de tener un sistema educativo más o menos decente, sólo intentábamos que nuestro sistema fuera al menos como el del vecino (Suecia), y en ese jueguito mirando al vecino entendimos qué es lo que nos conviene a nosotros”.

En una reunión de educación en Brasil, en un teatro con más de 400 personas, pregunté a todos los líderes educativos de alto nivel quiénes habían visto las pruebas del llece. Ni uno. Es un problema de concepción epistemológica de los que trabajamos en educación.

Cuando uno no quiere saber cómo es uno mismo y no se acepta, vive imitando a otros y creando un montón de problemas. Esto es como el cuento de: “Los suecos son más altos que los latinoamericanos”. El promedio de estatura de los suecos va del 1.82 al 1.85; el de América Latina es de 1.72 a 1.74. Entonces, el gran proyecto, “ser tan altos como los suecos”, no tiene ningún sentido.

Eso no quiere decir que los análisis teóricos que ellos hacen no sean válidos, pero saber si estamos adelante o atrás de las medidas pisa no va a resolver los problemas importantes de educación en América Latina.

Ahora, si los parámetros que tenemos para hacer las pruebas no son los mismos o no nos gustan, hagamos un debate y establezcamos otros, porque todo sistema de medición tiene detrás un proyecto ético. Entonces, ¿por qué no nos ponemos de acuerdo para aproximarnos a ese ideal?

Crear las condiciones adecuadas

Imagine que usted da un curso a sus hijos para lavarse las manos, pero no tiene jabón y su casa no cuenta con conexión de agua. ¿Para qué sirvió? La gente entendió, pero no puede crear la rutina. Éste es un punto que dificulta la implementación de las reformas. Creemos que es posible promover una cuestión sin modificar rutinas. Queremos que los niños se comporten decentemente, que aprendan a saludar o a pedir un favor, pero la disciplina de la escuela se maneja a gritos. Uno no vive con normas, sino en arquitecturas sociales con criterios y delimitaciones sociales que generan el comportamiento.

Por ejemplo, Colombia es un país que tiene muchos hombres en la educación. Los niños en la primaria escuchan cómo los profesores hablan de las profesoras de una forma morbosa, despreciativa. Así no se les puede pedir a esos pequeños respeto a la mujer, al sexo, al amor, porque las rutinas están mostrando otra cosa. No hay más proyecto cultural de los jóvenes y niños que el de los adultos que los rodean.

Cinco recomendaciones para los titulares educativos: rutinas contra decretos

1. Generar la cultura de que nada en educación sucede antes de veinte años. El concepto de largo plazo es muy importante.

2. Tener mucho cuidado cuando se tomen decisiones en educación. Hay que unir la máxima investigación con la máxima experiencia en aras de crear condiciones para que las cosas sucedan.

3. Toda organización es un conjunto limitado de protocolos supuestamente organizados para obtener un resultado determinado. Es muy importante ver si los protocolos que generan las rutinas de la escuela y del aula, y las de la institucionalidad de los entornos sociales, responden a los propósitos deseados. Un ejemplo muy común es que las reuniones de las escuelas de clase alta son relativamente nutridas, pero no las de los colegios populares. Entonces dicen que a los pobres no les interesa la educación. ¡Falso! El recurso más escaso para los pobres no es la plata, es el tiempo. No es que no quieran ir a las reuniones, sino que es muy costoso para ellos. La arquitectura que tenemos no funciona para las comunidades. Desafortunadamente, la función pública está hecha para personas a las cuales les pagan el tiempo. No hemos podido hacer una escuela que mida el tiempo de sus entornos sociales. Algunos profesores lo hacen, pero motu propio y nadie les reconoce ese trabajo. No hemos podido acondicionar las rutinas institucionales con las rutinas comunitarias para que exista un trabajo rítmico entre la escuela y la comunidad, y entre los padres, los niños y los profesores.

4. En la política pública de educación hay una gran tendencia en los decisores a confundir lo importante con lo vistoso. Mejorar un sistema educativo es relativamente sencillo si todos ejecutamos las rutinas fundamentales. Los principales problemas en la educación de América Latina son lectura y escritura, pero eso no es atractivo, no es “inaugurable”. Es necesario que primero y segundo grados de primaria sean los más relevantes y deseables para un educador, pero nosotros estructuramos las cosas, al contrario: ponemos a los profesores de menos experiencia en esos primeros grados. También se nos olvida otro punto importante: la mayoría de los niños en sectores populares y rurales manejan máximo 500 palabras, mientras que un nieto mío o un hijo suyo, maneja entre 3 500 y 4 000. Si el sistema educativo no es consciente de esa brecha, no habrá solución.

Dotar a la escuela con banda ancha y a cada niño con un computador no sirve para nada. Es como si yo le dijera: “Vaya a la biblioteca de la Universidad de Shanghái, pues tiene la mejor colección de todo lo que usted se imagine”. ¿De qué le sirve, ir si no lee ni entiende chino?

Para que los niños adquieran altos niveles de lectura y escritura, y lo mismo se podría aplicar para el cálculo matemático, se necesita trabajar todos los días. Pero eso no va a salir en la prensa, eso no da votos.

Los sistemas educativos de América Latina no tienen problemas de financiamiento, ni de estructura, ni de uso. Los salarios de los profesores no son los mejores del país, pero tampoco son los más malos, en general están por encima del promedio. Los padres quieren participar, es decir, todo mundo quiere cambiar, pero no deseamos hacer las cosas todos los días.

5. Lo último que les diría a los políticos ―dice Bernardo, quién entre 2005-2016 ha dado más de 220 conferencias en distintos países de América Latina sobre educación, comunicación, movilización social, democracia y ética―, es que mientras una sociedad tenga más autoconocimiento y sepa cuánto ha acumulado en tradiciones, hábitos y capacidades, podrá decidir qué enseñar a la siguiente generación. Eso es el currículo: una selección de conocimientos, tradiciones, mitos y ritos que juzgamos que la siguiente generación debe aprender, pero esto depende de cuánta comprensión tenga la sociedad de sí misma. La discusión curricular no debe desarrollarse en términos de materia, sino de saberes.

Conoce más sobre:

Fundación Avina: www.avina.net

Movilización y sentido de nación:

Toro, J. B. (2000). El ciudadano y su papel en la construcción de lo social. Bogotá: ceja:

Toro, J. B. (2007). Educación para la democracia. Organización de Estados Iberoamericanos

Toro, J. B. y Rodríguez, M. (2001). La comunicación y la movilización social en la construcción de bienes públicos. Washington, D. C.: Banco Interamericano de Desarrollo.

 

Hits

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Facebook Twitter Linkedin WhatsApp Whatsapp
Ir al contenido